Crítica literaria de El Buscón de Francisco de Quevedo


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Escrita por Francisco de Quevedo y Villegas (Madrid, 1580 - Villanueva de los Infantes, 1645), La Historia de la vida del Buscón llamado Don Pablos, ejemplo de vagabundos y espejo de tacaños, o simplemente referida como El Buscón, es una novela picaresca publicada en el año de 1626 en España. En esta se narra la vida de Pablos, cuyos padres desean que su hijo escoja un oficio, ladrón como su padre o brujo como su madre, pero Pablos, desde pequeño, está determinado a convertirse en un caballero. Pablos nació en Segovia, hijo de un barbero ladrón de nombre Clemente Pablo y de una mujer que pratica la brujería llamada Aldonza de San Pedro. Esta determinación hace que inicie su educación en la escuela del pueblo, donde comenzará su vida como pícaro ya que sus compañeros comienzan a insultarlo por la mala fama que posee su familia. Pablos decide abandonar su educación para comenzar a servir a Diego Coronel, un compañero de su colegio de estatuto superior a Pablos. Don Alonso Zúñiga, padre de Diego, los encomienda al licenciado Cabra, en Segovia, donde irá también Pablos, para formarse como caballeros. Cabra no atendía las necesidades alimenticias de los jóvenes, por lo que uno de los compañeros de Diego y Pablos muere dentro del centro de pupilaje. Alonso Zúñiga se entera y decide retirarlos del internado del licenciado Cabra. Cuando ambos se recuperan del maltrato de Cabra, Alonso los envía a Alcalá de Henares para continuar con su educación, pero Pablos comenzará a actuar de manera más ingeniosa y traviesa al observar que todos sus compañeros se burlan de su inocencia. Pablos decide cambiar para convertirse en un pícaro.
            En Alcalá de Henares, Pablos recibe una carta que le anuncia que sus padres han muerto a manos de la justicia. Es su tío verdugo de nombre Alonso Ramplón quién le anuncia, además, que su herencia lo espera en Segovia y que le corresponden cuatrocientos ducados. Así, abandona a Diego en Alcalá de Henares para cobrar su herencia. Una vez en Segovia, en la casa de su tío, se da cuenta de las desagradables condiciones de la vida de su tío, decide abandonarlo y convertirse en un buscón junto con otros pícaros que engañan y roban a quién más les convenga. Cuando son detenidos, Pablos logra sobornar al carcelero y logra huir de la justicia. Ahora, en Madrid, decide conseguirse una pareja por lo que cambia su identidad a la de un caballero llamado Felipe Tristán. Cuando logra enamorar a una mujer que le asegurará una vida de abundancia, descubre que su amigo Diego Coronel conoce a su mujer. Diego le comenta a Pablos, bajo el alias Felipe Tristán, que le recuerda a un muchacho con quien solía estudiar y que era un sinvergüenza. Diego confirma sus sospechas y logra agredir a Pablos, haciendo que se quede sin lugar donde vivir. Esto hará que Pablos comience a mendigar pretendiendo ser una lisiado. Así logra conseguir suficiente capital para viajar a Toledo, donde incia su carrera de actor y de poeta. Finalmente, cuando esta etapa artística de su vida termina decide convertirse en galán de monjas. Este tipo de romance no lo satisface así que se retira a Sevilla, donde después de conocer a unos delincuentes, con quienes se embriaga constantemente, Pablos se embarca a las Indias, al final de la novela.
            La crítica literaria, de manera resumida, ha tratado de resaltar cierto conjunto de ideas y temas dentro del discurso de la novela como, por ejemplo, la imposible ascensión de Pablos en la escala social, la falta de simetría en la estructura argumentativa, la intercalación entre la primera y tercera persona en la voz del narrador, lo portentoso del estilo de Quevedo y sus recursos literarios más utilizados. Asimismo, la crítica ha revisado el género al que pertenece la novela, la picaresca, y las características de este género dentro de la estructura de la narración: su carácter autobiográfico, el uso de espacios urbanos y las diferencias entre esta novela y sus rivales –El Lazarillo de Tormes y Guzmán de Alfarache– en cuanto al manejo de temas dentro de la época de publicación, pero además, la búsqueda de fama y honra por parte del personaje principal, así como el entendimiento que poseen los personajes del dinero.
           
            En un artículo de la enciclopedia Historia y crítica de la literatura española[1] (1983) –dirigida por Francisco Rico– titulado Lecturas del Buscón: entre el ingenio y la sátira social”, escrito por Fernando Lázaro Carreter y Maurice Molho se asegura que El Buscón es un libro de ingenio en el que no hay protesta moral ni social, cuyos personajes no muestran empatía y cuyos episodios se encuentran separados por la imposibilidad de crear una trama por parte de Quevedo, tal como lo prueba la ausencia de narrativa en su obra. Además, reconoce que la profanación, la ajusticia y el adulterio deben ser entendidos como objetos estéticos en la novela. Por otra parte, nos hace comprender dos tipos de linajes presentes en la narración: el linaje del dinero y el estamental, representados por Don Diego –un judío converso que es rico– y Don Toribio –un noble cristiano que es pobre. Al concluir, se menciona que los fines que Quevedo procuraba con esta obra eran, en primer lugar, dejar en claro que el pícaro no puede cambiar de estado y, además, que está en contra de la ambición del pícaro por salir de su baja condición.
            Respecto al estilo utilizado en el Buscón encontramos en el artículo Lengua y estilo del Buscón, de Leo Spitzer y Raimundo Lida, localizado en la enciclopedia previamente mencionada, un análisis de la lengua ingeniosa que se utiliza en la obra, lo cual proviene de la tradición barroca de la época. Principalmente, se hace mención de la descripción del dómine Cabra, de quien fue pupilo Pablos: Cabra se nos presenta como un contraidealismo, caracterizado por una oposición a la objetividad que se inclina más por la lengua del ingenio. Esto resulta en lo grotesco y termina mostrando poca verosimilitud, haciendo que la abundancia verbal recaiga en comicidad. Por otro lado también se dejan en evidencia los juegos que usa Quevedo en la lengua de sus personajes: están presentes el uso de regionalismos, interjecciones, votos destemplados, alusiones religiosas perversas y una lengua ínfima. Sin embargo, esto no sucede con el protagonista: Pablos utiliza, a pesar de su condición baja y guiado por su ambición de cambiar de estamento, una lengua elegante para engañar a sus superiores, lo cual hacía también su padre, al pedir que lo llamaran “sastre de barbas” en lugar de barbero.
            Ahora bien, es momento de hablar sobre la relación de El Buscón con El Lazarillo de Tormes y Guzmán de Alfarache. En el artículo “La originalidad del Buscón”, recuperado de Estilo barroco y personalidad creadora (1974) de Fernando Lázaro Carreter, se busca rescatar lo que distingue a la obra en cuestión de las demás novelas picarescas, principalmente, del Guzmán de Alfarache. El Buscón de Quevedo, de acuerdo con Lázaro Carreter, es una obra cuya critica literaria presenta varios automatismo, como lo son el espiritual ascetismo del pícaro y su pesimismo –estudiado principalmente por Leo Spitzer–. En el artículo se asegura que un joven Quevedo se vio impresionado por el primer Guzmán de Alfarache (1599). Las pruebas de esto se encuentran en la propia lectura del Buscón. Mientras el autor del Guzmán profundiza y explora los problemas que se le presentan a su protagonista, Quevedo los analiza y hace que la situación y los personajes se caricaturicen. En la descripción de asuntos de corte repugnante y grotesco, presente en ambas novelas, Quevedo intensifica el problema, por ejemplo, cuando se come carne humana en la casa del tío de Pablos. Asimismo, ambas obras, Guzmán y Buscón poseen pasajes en las que hay galanes de monjas. Quevedo trata el asunto quitándole el pecado o la temeridad y lo utiliza como medio para la risa, recuperando gestos, actitudes y confusión, es decir, las apariencias. Por estas razones, el autor cree que Quevedo no ha buscado una anécdota original, sino que todos los episodios tienen antecedentes directos, aunque encuentra que a pesar de estas referencias, no descarta su originalidad, la cual recae en la falta de una protesta moral.
            En el libro El Buscón, esperpento esencial y otros estudios quevedescos (1986) de Emilio Carrilla se pretende rescatar el género esperpento propuesto por el dramaturgo y novelista Ramón del Valle Inclán en El Buscón, debido a que la crítica literaria suele colocar a Quevedo como un precedente de la literatura del esperpento, aunque fuera configurada siglos más tarde de su muerte. Los rasgos del esperpento son divididos por el autor en dos categorías: los generales (deformación sistemática, parodia y popularismo) y los parciales (tendencia a lo escatológico o macabro, lo religioso como juego y animalización). A continuación mostramos en que consisten estos rasgos.
            La deformación sistemática se manifiesta en la creación de una atmósfera intelectual con derivaciones en las que predomina el juego. Este juego se muestra en las descripciones de los personajes: los padres de Pablos, su tío el verdugo, los sujetos con quienes se encuentra Pablos en sus viajes, hasta los objetos inanimados y los animales, junto con los propios episodios y la narración. La parodia es tomada por Carrilla como una obra supeditada a otras, literatura sobre la literatura o como crítica literaria. Entonces, El Buscón es entendida como una parodia de la novela picaresca, pero no acaba ahí, sino que se nos ofrece parodia de la lírica religiosa –en el clérigo que escribe poesía–, de la novela y el teatro –cuando Pablos se une a un grupo de actores–. El popularismo está en la retórica picaresca que le ofrecía a Quevedo la posibilidad de hacer un caudal de derivaciones y juegos. Asimismo se encuentra en la visión de la sociedad española, que permite el reflejo de una infrarrealidad llena de culpas, miserias y fealdades con las cuales Quevedo se permite hacer burlas y engaños. Lo escatológico o macabro se halla en la muerte de los personajes, que es presentada sin un carácter doloroso y se menciona con metáforas cómicas, hipérboles, juegos de palabras y chistes, lo cual es parte del humor quevedesco. La religión se denigra con el uso de recursos cómicos o burlescos a través de sentencias dichas por voz de los personajes. Por último, la animalización se proyecta con el afeamiento físico y moral de las figuras humanas. Por ejemplo, la descripción del dómine Cabra.

            Acerca de la obra de Quevedo recuperamos el texto “Del Buscón a los Sueños”, escrito por Ilse Nolting-Hauff, encontrado en la enciclopedia de Francisco Rico, donde se tienen presentes algunos preceptos básicos sobre el estilo utilizado en algunas de las obras de Quevedo. Los Sueños es la obra más famosa del autor que, con un carácter semialegórico, logra reflejar la realidad que el autor quiere exponer con el tópico del ser y el parecer. Quevedo quiere generar una reacción de sorpresa en sus lectores al presentarles el contraste inesperado entre la apariencia y la fea realidad. Este efecto se llama “careo” y su uso efectivo recae en abandonar toda descripción verosímil. Este recurso lo utiliza en El mundo por de dentro, La hora de todos y El Buscón. La descripción no verosímil y alejada lo más posible de la realidad resulta en un recurso intelectual congruente. Por otra parte, se menciona que el origen del “careo” inicia con la ruptura del orden feudal causada por la implementación del nuevo sistema capitalista que llevaba a las personas a engañar y aparentar lo que no eran. Nolting-Hauff, además, nos apunta que el nacionalismo de Quevedo no le permitía reconocer que el declive del poderío español se debía a cambios en las estructuras políticas internacionales –crecimiento del capitalismo holandés, del calvinismo y del protestantismo– por lo que el autor madrileño acusaba únicamente a los judíos como los culpables y por esto los retrató como enemigos de la economía del imperio.
            En toda su obra, asegura Nolting-Hauff, Quevedo logró renovar el género conceptista. Al referirnos al estilo de Quevedo podemos hablar de un estilo temprano en que la sátira posee una brevedad esquemática y las técnicas de descripción son deformativas que derivan en lo grotesco, asimismo consiste en usar agudezas conceptistas como elementos caricaturescos y el uso de un lenguaje propio de las esferas sociales bajas, lo que se puede observar en Discurso de todos los diablos (1627). Su estilo tardío sigue teniendo un carácter ingenioso, pero ahora se utilizan rasgos como la concentración y la hipérbole, por ejemplo, El sueño de la muerte (1931) y la mayoría de su poesía burlesca están escritos con pasajes caricaturescos hiperbólicos.

            Debido a que El Buscón pertenece al género de la novela picaresca me parece apropiado realizar un estado de la cuestión acerca de este género. En “Fundamentos ideológicos de la picaresca” de Marcel Bataillon y Alexander A. Parker, localizado en Historia crítica de la literatura española (1983), se postula que la esencia de la vida del pícaro consiste en una existencia ajetreada, cimas de honradez relativa, sencillez filosófica, delincuencia y trampas tendidas por la honra. En cuanto a la honra del pícaro, se resalta que esta corriente se burlaba de los elementos externos –atuendos y modales– que procuraban los hidalgos de los xvi y xvii en España. Si embargo, la novela picaresca es un elogio del deshonrado para el disfrute de los honrados, esta característica distingue a la narración española de la francesa y de la inglesa: los protagonistas de la picaresca española nacen de la deshonra, su cinismo los lleva a cometer ofensas contra esta misma, más que robos o estafas. El autor considera que los autores lograban explicar las preocupaciones de la decencia, las honras externas y las distinciones sociales que preocupaban a la sociedad aristócrata en aquel entonces, más que solamente reflejar los bajos fondos sociales de modo realista.
            Otra temática que los autores incluyen en su artículo es el contexto literario en el que nace la picaresca: la literatura española de los Siglos de oro estaba constituida en su mayor parte por alabanzas a la vida libre y a la existencia natural. Sin embargo, posee un tono condenatorio e irónico para aquellos que distinguían entre la libertad responsable y una anárquica.
            Sin duda, nos dicen Bataillon y Parker, la novela satisfacía a las demandas de la Contrarreforma ya que era realista no idealista, es decir, lo contado era verosímil y responsable. Fue apoyada por humanistas, clérigos y erasmistas que estaban en contra de la literatura idealista –como libros de caballerías o novela pastoril–. Ilustraba las doctrinas del pecado, arrepentimiento y después las de la salvación, ya que el pícaro siempre se regeneraba al final. Reflejaba problemas de la vida real y mostraba la aceptación a través del autoconocimiento. El único problema era que escribir sobre esos temas requería un estilo vulgar, cuya forma cómica no permitía retomar temas más serios.
            Para finalizar, me gustaría mencionar algunas obras que son importantes para la comprensión de este objeto de estudio: El Buscón o la vergüenza de Pablos y la ira de don Francisco (1987) de Cordero Cuevas, en la que se comprende la novela como una reacción ante el Guzmán de Alfarache y su apócrifo. Otra lectura imprescindible es  Estructura de la novela: Anatomía del Buscón (1978) de Gonzalo Díaz-Migoyo la cual es una análisis de la novela a partir de cuatro preceptos narratológicos: trama, punto de vista, conducta verbal y verosimilitud. Por último, en la revista Thesis encontramos un artículo de Dolores Bravo en el que se analiza la risa en el mundo invertido que crea el autor en El Buscón.








[1]Debido a que al investigar acerca de la obra de Francisco de Quevedo la lista de bibliografía sería interminable, esta enciclopedia ha sido seleccionada como fuente primordial de esta investigación ya que fue realizada por autoridades académicas de la historia de la literatura española.

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