La guerra contra el hambre (crónica)

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Dijo que me parecía a su hermana. Quizá revisaba mi rostro dos veces para asegurarse de que yo no era Estrella. Ahora yo estaba frente a este hombre, recordándole a quien había dejado en su país.

Alejandro era un migrante, su “taxi” era la bestia. Lo llamaba su taxi para hacernos reír. Éramos de primer semestre de preparatoria y estábamos filmando indigentes por las vías del tren. Ese lugar tenía mala fama, pero la tía de Octavio estaba ahí disque para cuidarnos. En fin, el video terminó siendo una broma. Una tarea más para una maestra más en una materia que no importa mucho ahora.

El lugar es Coatzacoalcos, ¿hacía calor o frío? Recuerdo que ninguno llevaba suéteres, llevábamos uniformes. ¿De quién había sido la idea de bajar a esta zona? La Bestia creaba su camino bajo un puente. Encima de un colchón  había un muchacho, su humilde cama estaba rota, mojada y rodeada de basura. Ese era el ambiente. A lo lejos vimos a unos cuantos hablando. Los tonos de sus pieles eran diferentes a nuestros tonos de clase media. Eran muy morenos, pasaban por mexicanos, pero cuando los oías hablar sabías que no eran de por ahí. Nos presentamos. Nos permitimos hacer preguntas alegando que éramos estudiantes. Karla apuntaba mi cámara Canon a las caras de todos. Nos miraban como una oportunidad, como una manera de contar sus historias. Algunos aclararon ser de México. Eran vecinos de por ahí. Les creíamos, se les oía, pero un par dijo ser de Honduras y de Guatemala. El que no dijo su nombre estaba sentado sobre un riel, mientras Alejandro estaba parado, vestido con una camisa del equipo de futbol de Holanda, una gorra y una mochila.

-¿De dónde vienen?- preguntó Octavio.
-De Honduras.
-De Guatemala.
-¿A dónde van?
-Pa’ jislas.- dijo el cerote, así le decían al que estaba sentado en el riel.
-Yo voy pa’ Los Angeles. – dijo Alejandro.
El cerote se paró del riel y dijo que primero irían hacia Tierra Blanca. El tren se acercaba. Se oían las campanas.
-¿En ese tren se van a subir?- pregunto alguien.
-Yo sí.- dijo Alejandro con una mueca de orgullo, golpeaba su mano contra su pecho.

Comencé a hacerles preguntas sobre mi tarea. Mis compañeras de clase media alta, se veían asombradas por la precaria condición que acontecía a Alejandro, pero también impresionadas por la peligrosa aventura de su travesía. Yo sólo quería hacer mi tarea y largarme de ahí. Pregunté si habían sido víctimas de tráfico ilegal o si les habían ofrecido ser mulas. Mis preguntas fueron evadidas por ambos hombres. Se marcaba el miedo en los pliegues de sus rostros. Nos cambiaron la tarea por las desgracias ajenas.

-Luego en el tren hay unos que se duermen y se caen. Luego ahí veo como queda un brazo por allí y una pierna por allá, pero uno ya no puede regresar para ayudarlo porque uno va pa’ arriba.- dijo Alejandro.

Y mis compañeras, con expresión de asqueadas, les preguntaron si era mejor estar aquí en estas condiciones que allá. Ambos, en el instante, respondieron que sí. El cerote dijo- Aquí los mexicanos tenemos mucha comida. Allá no hay comida. Nosotros venimos buscando el sueño americano para que podamos prosperar en la vida.- No sé si se incluía entre los aztecas porque ya llevaba mucho tiempo en México o si era un reflejo desarrollado para que no lo deportaran por si lo oían hablar en tercera persona hondureña.

Esperanza y ambición. Es lo que dijo un vecino de las vías. -Ellos quieren un lugar donde puedan ser mejores.- Más empleos, más dinero, más comida… ¿Ambición? Acaso es soberbia buscar algo que nunca tuvieron en su país.

-Muchas veces no lo logran, aquí en este tramo de vía muchos se han quedado. Se han caído. Hace unos meses aquí un muchacho se partió a la mitad. Hubo gente que ha perdido un brazo…

-Es que se caen cuando está lloviendo.- gritó otro.
-O van tomados. Muchas veces se duermen en el camino.
-¿Y cuándo se caen no los ayudan?

-Es que a veces el tren no se para. A veces si se para, pero ya qué le van a ayudar. Si falleció ya no lo puedes tocar porque ya tiene que venir… ora sí que a levantarlo viene el perito.
-Sí, porque la información llega hasta allá, su tierra.- dijo uno de los vecinos de las vías.
Los migrantes tienen que pasar por todo esto para vivir mejor. ¿Qué puede ser peor que perder un miembro, ser violado, secuestrado, despojado de todo tu dinero y asesinado en tierras desconocidas? Yo te lo diré. Es peor perder un miembro, ser violado, secuestrado y despojado de tu dinero en tu propio país. En el triángulo norte de Centroamérica, se encuentran las clicas de maras salvatruchas, que son vándalos tatuados que constantemente extorsionan a los habitantes de las colonias hondureñas. Ellos gobiernan las calles, van armados a todo momento. Son los responsables de las migraciones de los centroamericanos, entre otras afectaciones menores como la falta de comida, empleo, dinero, justicia y paz.
Ok. Están jodidos. En el mejor de los escenarios pagan sus cien dólares, el precio del paseo en La bestia, y llegan a Tierra Blanca, Veracruz.

-Vi en el mapa que tocará pasar por Tierra blanca.- dijo Alejandro. -Ya de Tierra blanca me voy a ir a un lugar que vi en el mapa que se llama Lechería, en México. Pero hay que estarse pendiente, no te puedes dormir.

Antes de que se propusiera el fucking wall de Trump, ya estaba la ironía hecha de concreto, con tres metros de alto en Tierra blanca. Los migrantes tienen que bordearla para llegar al Albergue Decanal guadalupano donde les darán de comer. Bueno, ya bordearon la fucking wall de Tierra blanca. Ahora, Lechería. José Luis Martinez Limón escribió para Vice un artículo sobre su visita a Lechería, no es muy alentador:

“El albergue de Lechería cerró por inseguridad y abusos, y un año después hay un grupo de personas tatuadas con pintas mexicanas "cuidando" a los grupos de migrantes que aún sin albergue descansan en esa estación. Los migrantes se tienen que apoyar entre ellos e incluso fingir ser mexicanos para evitar la discriminación. La policía del lugar prefiere seguir a quienes toman fotos que cuidar el tren. Si esos son sólo pedos y mitos del sureste, entonces yo no sé qué carajos está pasando en Lechería.”

En lechería dice el impresionante artículo, les cobran en dólares para subirse al tren, no se pueden tomar fotos, los migrantes duermen en el pasto ya que el único albergue tuvo que cerrar y los cárteles parecen tener control sobre las redes de migración.

-¡Que feo!- dijo mi compañera.
-Es bonito porque conoces muchos lugares.- respondió Alejandro.
-Pero tienen que vivir así, la verdad que feo. – reaseguró mi grosera compañera.
Alejandro mira sus pies, esta apenado. Guarda silencio y cambia de pena.

-Fíjate, ahorita me vine yo, mi hermana que esta allá en Guatemala anteriormente que yo, ella se vino primero. Ella solita. Ella ahorita tiene dieciocho. Ella tenía dieciséis cuando se vino, estaba como tu amiga la de verde.

Yo era la de verde.

-Ella solita se vino ni nos avisó a mi mama ni a mí. Pasó todo por aquí.- Señala las vías- y llegó a un lugar que se llama Mexicali. Ya en la frontera mi hermana no pudo pasar. Los correteo migración y se regresó. Y se vino otra vez por puro tren, hasta Guatemala. Si yo no paso, me regreso aquí y tal vez las veo más adelante.
Nunca había logrado reconocer el verdadero sentimiento de Alejandro. ¿Dónde estará Alejandro? Leo las noticias… fue uno de los cuatro migrantes que murieron en un camión abandonado. Lo deportaron pero también consiguió trabajo. Esperen, ya sé. Lo asaltaron, lo robaron y le sacaron el ojo. También, lo violaron unos militares después de que descubrieron que era homosexual. Yo solo sé que me parezco a su hermana. ¿A donde voy con toda esta remembranza de aventuras preparatorianas? Pues que yo conocí al hombre de los sueños. Si conoces a un migrante, de alguna manera los conoces a todos. Todos huyen de lo mismo. Todos van arriesgando sus vidas, y las vidas de menores de edad, para seguir un sueño. Una mejor vida. Ya no en Estado Unidos, pero en México. ¿Y qué hacen los mexicanos? Levantan un muro. Somos peor que Trump. Él apenas va a hacer lo que nosotros ya les hicimos a los centroamericanos. Somos unos hipócritas. Ahora más que antes, desearía haber hecho más por Alejandro. Los migrantes centroamericanos ya no son migrantes, para mí son refugiados y su guerra es la misma que la nuestra. La guerra contra el hambre.

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