El juicio de Edith Wharton


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"El vicio de leer" se encuentra en Escribir ficción de la primera autora en ganar el premio Pulitzer por su novela The age of innocence, Edith Wharton.
Al terminar por primera vez “El vicio de leer” de Edith Wharton se requiere de un esfuerzo vigoroso para atreverse a leer otro libro en la vida.
Debido a que la autora nos asegura que leer es un “acto reflejo”, con el que simplemente naces o no, las preguntas “¿soy una lectora mecánica?”, “¿merezco leer a los grandes autores?” y, quizá la más dolorosa, “¿por qué me molesto en leer?” invadieron mi mente llenándola de angustia y malestar, Inmediatamente, decidí que pertenecía al club de los lectores mecánicos. La lectura ya no sería una virtud, ni volvería a serlo cuando reconocí no ser un lector nato. Luego se confiesa una que ninguna vez disfrutó los libros con ideas complejas ni la subjetividad que suele acompañar a las novelas o a los cuentos. Preferiría lo esquemático y lo objetivo, ya que no representa ningún riesgo y, después de deshacerme de todos los marcapáginas, no me acercaría a la ficción nunca en la vida.  No obstante, en la relectura del ensayo y después de estas dramáticas primeras reacciones, la voz de Wharton resulta menos condenatoria y más descriptiva.
El texto enumera hábitos o rutinas que realiza cómodamente un lector respetable y creativo. El lector nato de Wharton es un receptor que se desenvuelve cómodamente entre los libros, los cuales decide leer a un ritmo instintivo con base en su criterio individual y no en las opiniones generalizadas. Desafortunadamente, pocas veces he creado el tiempo para ejecutar ese desenvolvimiento con mis lecturas. Incluso, tener que crearse tiempo para leer es propio de un lector mecánico. Ciertamente, mi interpretación del lector ideal de Wharton no es común ya que su estilo resulta diferente, más imponente y excluyente en frases como: “Es ilusión vana del lector mecánico pensar que la intención puede ocupar el lugar de la aptitud”.

Entonces, la autora transforma la convención de la virtud de leer en un vicio y a quienes han sido corrompidos por este mal los nombra “lectores mecánicos”. Para Wharton, leer no es sólo mover los ojos por una hoja de papel y clamar que eres superior por haber leído una colección de novelas extensas y con vocabulario desconocido. Mucho menos leer los libros canónicos y tacharlos de una lista creada por mentes mecánicas e insaciables, práctica que realizo de vez en cuando. Para ella, leer es un arte. Una técnica que recae sobre alguien que de manera natural necesita de los libros como necesita aire. Siguiendo la misma analogía, el lector mecánico reconoce al acto de leer como una ducha que debe realizar en su rutina para no oler mal entre los demás lectores mecánicos. No somos capaces de arrojar un libro por la ventana aunque lo deseemos con todas las fuerzas porque el libro, su forma externa y su posición social, es más importante que el contenido. Estos y muchos más vicios nos reclama Wharton para tomar conciencia de ellos en nosotros mismos.

Ahora bien, el ensayo, el cual forma parte del libro Escribir ficción, fue publicado a inicios del siglo XX. A pesar de esto, mantiene una función absolutamente perdurable porque aunque la ficción evoluciona, las relaciones de esta con los lectores no se modifican. El lector sigue creyendo que leer es un acto muy fácil que viene con la alfabetización o la oralización y no lo ve como algo por lo que se deba desarrollar una técnica, la cual he tenido que crear después de ingresar a la Facultad de Letras. La ganadora de un premio Pulitzer muere en 1937 y sólo nos queda su juicio por el cual se reconocerán los lectores natos. A pesar de sus afirmaciones en las que se nace buen lector, me parece que el juicio puede expandirse. El lector nato, como ya mencioné, es descrito como un ser libre y cómodo entre las palabras, entre el laberinto del arte, es decir, es su propio marcapáginas, pero el juicio podemos hacerlo con nuestros propios hábitos para modificarlos. En otras palabras, al tomar un libro debemos preguntarnos por qué lo leeremos y si en realidad lo deseamos hasta alcanzar o superar al lector nato en su comodidad, porque “no existe gran talento sin gran voluntad”, de acuerdo con el escritor Balzac.

Wharton afirma que “El devorador confeso de ficción superficial no constituye una gran amenaza. El que se deleita con “la novela del momento” no contribuye seriamente a impedir el desarrollo de la literatura”. El peligro es aquel ser que reniega de los géneros, de la simpleza narrativa, de los best sellers y que desea leer de la nada Las cuitas del joven Werther, La metamorfosis, Cándido o del optimismo y La divina comedia (mis últimas lecturas de verano) porque siente que es su deber, sin preocuparse si son los libros para él o ella. Si realmente los comprenderá, no le importa. Ya los habrá leído y se afirmará como inmortal. Querrá hacerles crítica y ahí comienza a ser un peligro para la Literatura, pero ¿son verdaderamente son los causantes del declive del arte de escribir? A pesar de lo tajante de la primera lectura, algunas de sus acusaciones parecen verdaderas cuando se reflexiona sobre la situación actual de la literatura. Las casas editoriales se encargan de agrandar lo que ya se ha dicho de muchas obras y extienden también, el precio de los libros. Libros, lectores y autores mecánicos. Todos guiados en masa por el dinero y las opiniones ajenas sin realmente conocer qué es lo que hacen y por qué lo hacen. Terminan por crear una escalera eléctrica que sube sin llegar a ningún lugar, sin alguna resistencia intelectual, que parece convencer a nuestra conciencia de que estamos haciendo lo correcto solamente porque la mayoría de las personas lo hacen o, quizás, porque se siente bien y no genera agitación mental alguna.

            “El vicio de leer” es, sin duda, una lectura necesaria para despertar a toda clase de lectores. Hacerlos conscientes en el mundo literario para así detener cualquier hábito que pueda afectarlos a ellos mismos o a todo el arte y a las estructuras de la literatura, pero advertir los vicios para así encontrar la comodidad del lector nato, si se encuentra en la lectura o no, ya no dependerá del juicio de Wharton, sino de nosotros mismos.

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