Comentario de Iconografía clásica de Juan Carmona Muela


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Como autor de Iconografía cristiana e Iconografía de los santos, con este libro, Carmona Muela,  completa una bella trilogía iconográfica. Leerlo demuestra la paciencia y pasión con la que maneja el tema. Toma un rol de maestro desde la introducción explicándonos la naturaleza del mito y su viaje por la historia del arte.
A pesar  de que los mitos intentaban explicar lo que la ciencia hace ahora de manera rigurosa y realmente bella, me parece que nunca igualará esa naturaleza totalmente humana que poseen los mitos. En otras palabras, la ciencia es ajena a la introspección del alma, los mitos nos acercan a una belleza del ánima humana en la que podemos reconocernos tal y como se reconocieron los artistas del pasado.  Recupera los motivos por los cuales las distintas épocas utilizaban los mitos y también la manera en que lo hacían. En la Edad Media recogían la interpretación alegórica-moral de la mitología. Menciona otras obras escritas en el Renacimiento que anteceden a los materiales de consulta iconográfica: Emblemas de Alciato,  e Iconología de Cesare Ripa hasta llegar al Impresionismo, que asegura Carmona reemplazó a los dioses en la actualidad, lo cual considero muy cierto. Aunque suene pedante, sólo gente educada puede reconocer la importancia y la belleza de la mitología griega e incluso la mitología prehispánica en México. Ciertamente, esto muy importante ya que nuestra cultura es sólo una derivación de aquellas visiones cosmogónicas y mitológicas. Principalmente, quizá ya no en el arte, pero aún están presentes en nuestras festividades y en la religión.

Iconografía clásica se divide en 10 secciones para acomodar a los personajes con la coherencia temporal de sus nacimientos y los acontecimientos principales, con base a Teogonía del poeta Hesíodo. Además, incluye a héroes y personajes históricos, así como a divinidades colectivas. El contenido se distribuye en tablas con cuatro columnas: “Episodios más importantes”, “Atributos”, “Funciones” (sólo en las deidades) y “Representaciones”. En la  columna “Episodios” se narran de manera breve los mitos sobresalientes en los que participa el personaje; en “Atributos” enlista los elementos clave para identificar al Dios, Diosa, héroe, personaje histórico o entidad divina; en “Funciones” muestra los motivos por los cuales eran invocados las deidades y por  “Representaciones” se refiere a la escena que selecciona el artista para su obra.

En los apéndices  incluye, ya en prosa, información adicional de las costumbres griegas y la participación del arte en estas ya que nos explica que no podemos avanzar en la identificación del arte cegándonos al contexto histórico en que la obra fue creada. A diferencia de Estudios sobre iconología de Panofsky, Carmona no intenta crear una teoría sobre como analizar la escena representada, sino que ofrece el material de consulta con advertencias sobre la necesidad de informarse aún más acerca de la obra.

Considera importante los íconos recurrentes en el arte funerario. Enumera las representaciones de Caronte, Hermes, de Eídolon, de los monstruos del inframundo, las ofrendas, los lutróforos y del espejo. La mayor parte estos íconos manifiestan las esperanzas de los griegos en la resurrección de los muertos. Me pareció curioso que las ofrendas realizadas en la antigua Grecia también las practicamos en el México actual. Las tradiciones de ultratumba mexicanas, griegas y posiblemente de todas las civilizaciones desean tener comunicación con los muertos para desearles lo mejor en donde sea que se encuentren.

Asimismo, nos muestra cómo el arte también fue convertido al cristianismo.  Carmona hace una relación del poder que poseen las nuevas religiones para gobernar sobre el pueblo. La manipulación y conversión es molesta, ya que, ciegos por la fe, arrasaron con el arte griego por creer que la belleza era la manera en que el Diablo atraía a las masas. El libro no lo menciona, pero este apartado lo relaciono con las destrucciones del Museion y el Serapeum de Alejandría. Una vez que los reyes prohibieron el culto a Serapis, los cristianos entraron y aniquilaron las esculturas de los dioses. Aunque parezca desaconsejado, puedo comprender que el cristianismo exigía nuevas formas de pensar y de ser bondadoso con el prójimo. Se oponían a la visión levemente salvaje del paganismo sin pensar en las valoraciones futuras de aquel material artístico y científico (negaban la ciencia pues tenían a Dios como única verdad), pero actualmente quién no se deja llevar por el presente y destruye aquello que en el futuro sería una forma de arte. Me refiero, por ejemplo, al arte callejero que cubren con pintura blanca. Retomando la conversión del paganismo, aquello que no destruyeron lo utilizaron para difundir su religión, la única que se debía practicar. Finalmente, esta conquista espiritual permitió una revolución de la iconografía. En las página 206 y 207 se encuentra una tabla que explica las equivalencias entre los personajes paganos y los cristianos donde se muestra la importancia de la alegoría en la reinterpretación de los dioses griegos y romanos. En el momento en que retomaban las alegorías devaluaban el carácter de identidad social y cultural de los pueblos griegos. Quedaba sólo una interpretación, aunque hermosa y poderosa, era sólo un interpretación vacía de la fe de los creyentes que alguna vez los celebraron y les temieron.

El tercer apéndice nos relata la evolución del mito de Afrodita o Venus, principalmente a través de la censura de la Edad Media por la desnudez y el sentimiento de lujuria que ella representaba. También, los pecados que se producen del amor pasional: los celos, la vanidad, el vicio, etc., todos representados generalmente con Venus. Más tarde en el Renacimiento se recupera la belleza sin pudor, pero no sólo su forma sino también la representación de las facultades positivas del amor: la gentileza, la modestia, el encanto,  la dignidad, etc. Finalmente, el cuarto apéndice muestra una posición del mito a mayor escala en la vida del Estado. Con base en El príncipe de Maquiavelo, las máximas autoridades de la monarquía europea basaban sus decisiones en personajes que hubieran triunfado anteriormente. El panteón romano les ofrecía los héroes y dioses con los cuales identificarse. Además, tomaban el mito como moraleja de lo que sucede con los príncipes y reyes que fracasan durante su reinado. El dios que preferían imitar era Apolo, quien era adiestrado en las artes y las humanidades. Asimismo, utilizaban el mito de Hércules para retratar al rey cuyo poder se basaba en la persuasión y no en la fuerza; así como para representar su divinización.

El autor reconoce lo abrumante de la información para quien desconoce por completo la mitología griega así que ofrece un apartado llamado “Orientación bibliográfica” donde no sólo muestra sus fuentes sino que las presenta específicamente para brindar más información a los lectores.

El libro de Carmona me recuerda a una guía de observación de aves, esta última te propone la relajante actividad de fijar la atención hacia los árboles en busca de aves comunes o exóticas. Sin duda, Iconografía clásica propone a su audiencia estudiantil una tarea similar: buscar en el arte plástico elementos de la mitología clásica. Desafortunadamente, primero llega la guía y después el arte. Entonces, en el momento en que se supera la línea de material de consulta, que es cuando llevamos el libro a un museo para comprender las pinturas o esculturas, se abre la propuesta en la que el libro reclama un acercamiento al arte no mencionado (Carmona no coloca una columna en la que se nombren las obras o autores de las representaciones). Estaría mintiendo si no reconozco lo maravillada que estaba con la guía de la iconografía clásica pues nunca pensé que existiera un manual básico para comprender la pintura del Renacimiento o de la Edad Media. Considero que es necesario reconocer el significado de una pintura al tenerla enfrente, pero no sólo la pintura, sino encontrar relaciones, aunque sean forzadas, en la vida. Me decepcionó que no ofreciera referencias directas al arte más allá de la introducción, pero como ya mencioné, Carmona lo deja como tarea para los lectores.

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